jueves, 17 de noviembre de 2011

Viajes de ida y vuelta

                          
Una nueva vida pequeñita, muy pequeñita iniciaba su camino, un nuevo corazoncito así empezaba a latir dentro de mi vientre; otro en cambio aún muy joven iba desgastándose, alguien debía llegar al mundo y alguien debía irse, emprendiendo así estos viajes, uno de inicio y uno de despedida.
Agradable y feliz era una faceta, agotadora y triste la otra.
Mientras un cuerpito de niña comenzaba a desarrollarse, lentamente una nueva luz de vida reflejaba mi vientre.
En cambio, el cuerpo de él se iba desgastando y su luz se apagaba día a día.
Nueve meses de gestación difíciles para quien llevaría como nombre Abigail, y para mí.
La niña no encontraba seguramente contención, yo parecía no tener más fuerzas para brindarle a mi pequeñita todo el amor necesario para crecer.
Nueve meses difíciles para él porque si bien tenía nuestra contención padecía una dolorosa y cruel enfermedad terminal.
Recuerdo como si fuera hoy aquel vientre redondo y grande que albergaba a mi vidita, ¡Era tan lindo!, y ella, ¡Sería tan linda!
A veces me arropaba mucho y me colocaba camperas gigantes para que no notaran mi embarazo y así me dejaran entrar a la terapia intensiva para verlo.
Recuerdo sus ojos turquesas y todo el esfuerzo que hice para no lagrimear.
Seguramente el esfuerzo fue de ambas porque ella me acompañaba sin querer, quizás, en este arduo momento.
Los días siguieron su camino y mi abdomen cada vez era más grandioso hasta que llegó el esperado instante.
Una mañana al despertarme todo parecía cambiar, el viaje parecía acabar o quizás comenzar, y mientras una nueva vida llegaba al mundo otra debía partir.
No existió el dolor de las contracciones ni del parto solo emoción, amor y felicidad aunque lastimosamente esta no podía ser completa ya que se veía empañada por el contexto que atravesábamos.
Dios me ayudó a ser fuerte y a poder hacerme cargo de mi beba, ella era tan hermosa y serena que parece mentira que ya hayan pasado trece años desde el día en que la sostuve en mis brazos por primera vez.
Nunca entendí el porque de este destino, el porqué de su muerte. Pero sí pude saber el porqué de la vida y descubrir que el viaje era para los dos, para Abigail y para él.
Ella inmigraba al excepcional mundo terrenal y él emigraba como un ángel a aquel infinito espacio celestial.
Pero esto no termina acá, porque yo también viajé, para dejar de ser sólo una mujer y comenzar a ser, mujer y madre.
Y aunque estos viajes han sido muy difíciles, hoy, después de tanto están llenos de recuerdos, momentos de alegría que puedan guardarse en nuestro corazón y a la víspera de algún día revivir el encuentro de las almas para ya jamás separarse.
                                                                                             Lorena Natalia

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